18 febrero, 2007

Los ojos de Fátima

Los ojos de Fátima me hablaban de tierras nuevas y santas, de continentes exóticos y de historias por escribir. Sin haber hablado nunca, habíamos coincidido bastantes veces, y creo que no pasó ni una sola vez sin una mirada. Tenía un toque especial, un porte, uno de esos halos. Nunca pensé que podría ser un interés correspondido, aunque sospecho que mi subconsciente fue capaz de adivinarlo (y disculpen si no suena bien): como es un cobarde, sólo se activa cuando ve que tiene alguna opción, y luego desaparece para maquillar un poco las cosas y darle a mi otro yo, al consciente, una pequeña sorpresa e intento de inyección de autoestima. A estas alturas, ya lo tengo muy calado. Sigo: nunca pensé cómo sería besarla, cómo sería su tono de voz, qué la haría feliz. Ni siquiera sabía su nombre. No estaba preparado.

(sus ojos son más lindos, que conste en acta)

Los segundos se hicieron mucho más densos cuando atravesó la puerta y clavamos nuestras miradas. Durante ese momento la conversación pasó a ser un murmullo tangente y las demás personas disminuyeron su intensidad. Después, en orden: las preguntas, las risas, tu número, la escapada, tu mano en la mía, la indecisión del primer beso, la emoción del segundo, la calidez del tercero; los besos suaves, mi mano en tu cintura, dos abrazos, mi mano por debajo de tu abrigo, el achique de espacios, la segunda escapada, un silencio, los besos sin mentiras, la sorpresa de que llevaras falda, el suave tacto de tus muslos. Y ahora estoy aquí, como un tonto, esperando noticias tuyas.