20 marzo, 2007

A la memoria de una pierna

Los efectos de Fátima todavía duran. Un mes sin verla, ¡un maldito mes sin verla! Si me dijeran que no fue un mes, que fue un año, me lo habría creído también. Lo mismo habría hecho si me dijeran que no, que sólo ha sido una semana ... creo que no valdría para fabricante de relojes: algunos tendrían el segundero en el minutero, y otros se quedarían sin cuerda al minuto de tantas vueltas que darían las manecillas en tan breve intervalo.

No he dejado pasar un solo día sin acordarme de ella. Me he despedido voluntariamente de una amiga con la que tenía una cita pendiente. He estado libre de pecado durante tres semanas seguidas. No me han vuelto las ganas de escribir, de coger la pluma, pero casi. He olvidado alguno de mis mandamientos: en concreto, el de "medirás las palabras pronunciadas". Le he dicho demasiadas cosas bonitas sin venir a cuento, sin previo aviso, sin calcular las consecuencias ... ¿y si se asusta? ¿Y si es una de mis tonterías pasajeras, un flechazo tardío, unas ganas de tener algún motivo para llegar a mañana? ¿Y si ella está en otro estado, más avanzado o más temprano? ¿Y si todo ha sido un sueño?

Acabo de ver al genio de la lámpara dentro de una botella de licor de miel de Combarro, escapándome hacia el corcho. Cabrón, no te vayas, me hará falta tu deseo. Si te atrapo, ya sé lo que te va a pedir este pueril enamorado. En Semana Santa (Santa sólo porque la voy a ver) veremos si eres un genio de la lámpara, o un genio de pacotilla. ¡No te escapes!

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