31 diciembre, 2006

Perdiendo el tiempo perdido

Han pasado muchos días desde la última vez que escribí (publiqué, mejor) algo aquí. Durante este tiempo lo único que he hecho ha sido perder el tiempo. Me he dedicado a fumar (sí, he vuelto a encontrar algo que fumar - no era tan complicado, después de todo), a perder un poco más de contacto con la vida real, a olvidarme de todo, a enterrar un poquito más el futuro.
En los intervalos, lo más notable ha sido haberme acordado de un par de lo que serían "actores secundarios" en algún capítulo de mi vida (antes, cuando las emociones, los sentimientos tenían aún algo de poder y no era todavía esto una dictadura de la pereza); y hace unos minutos me he empachado de Marcel: por fin acabo de leer "En busca del tiempo perdido", esto es muy significativo: creo que (terminar de leerlo antes de que acabe el año) es el primer propósito que consigo cumplir en muchos años. Eso sí, Marcelino, si algún día te da por volver a coger la pluma, espero que compres algún punto más, hijo mío, que en esta época no son nada caros, y una pequeña porción de tus lectores (esos raritos a los que le gusta que una única frase no se extienda a lo largo de más de tres o cuatro carillas) te lo agradecerá. Tengo que escribir más.

15 diciembre, 2006

Ya hemos escuchado bastante (era: Calcetín, ¿qué haces en mi almohada?)

¿Dónde va la fuerza de los diecisiete? Una palomita de maíz se escapa de mi oreja mientras suspiro, pensando en el ilusionista, en la magia de engañar a alguien, además de a mí mismo. Hace siglos que no fumo, dudo que me acuerde de cómo se hace. La palomita me dice que hubo un tiempo en el que falsifiqué un carnet para poder entrar en una discoteca (no coló: la altura y la cara de niño son requieren más maña para ser ocultadas), la misma discoteca en la que a punto estuve de quebrantar uno de los mandamientos no escritos; ahora, la misma palomita cambia de oreja y me susurra que en estos tiempos las falsificaciones son para quitarme años. Me viene un recuerdo de otro país: el país de las maravillas, el país de los abrazos. Ya hace dos meses de aquello. La amargura que dejan los abrazos de una semana de duración es algo que hay que sentir. Revolotea algún pensamiento, pero de pesado no da remontado el vuelo. Quizás ha comido mucho y ha dejado el deporte, como me ha pasado a mí, como le ha pasado a la palomita. No sé por qué motivo, pero cualquier camino que tome, cualquier reflexión, siempre me lleva a pensar en el autobús.



- Anda, déjate de tonterías y abrázame, que hoy aún no me has dicho que me quieres.

Eso deberías estar diciéndome, Maggie, pero hace diez años que no lo escucho. Hace más, en realidad. Por eso, la vida va como va.

13 diciembre, 2006

Diálogos al borde de las tapas

- Hola, tapa de tortilla.
- Hola, tapa de chorizo criollo. ¡Cuánto has tardado!
- Bueno, no os olvidéis de nosotros - protestan los dos tenedores hermanos, al unísono.
- Lo sentimos, no es de rigor saludar a nuestros verdugos, malditos bastardos.
- De eso nada, monadas. Si acaso, somos el brazo ejecutor, que no el verdugo; el auténtico responsable será ese personaje sentado a la mesa, sin periódico porque estaban todos ocupados.
- ¡Oh! - dice la tapa de chorizo criollo, un poco boba ella.
- Sí, en efecto, él y no nosotros será el asesino. Miradlo, qué cara más triste tiene. ¡Y no se ha afeitado!
- Es cierto, parece estar pensando en algo. Quizás tras la digestión pasemos a alimentar sus sueños y sus deseos, ya no seremos nosotras, diferente forma, pero en el fondo seguiremos siéndolo. ¿O no? - se pregunta, con cara rara, la tapa de tortilla.
- ¡Silencio! - una voz atronadora suena.
- ¿Quién eres?
- Soy ... la mesa. La que sostiene el mundo. ¿Qué sería del mundo sin mesas? Ya no habría personas, sólo animalitos. Quiero que guarden ustedes silencio, y dejen pensar al pobre elemento en paz. Está confeccionando la lista de "cosas-por-hacer-antes-de-que-llegue-la-navidad".


Veamos:
- responder el email de Tita, a ser posible hoy
- dar señales de vida a Ágatha
- dejar el onanismo aparcado
- terminar los dos volúmenes que nos quedan del insufrible Marcelino
- acordarse del cumpleaños de Maggie

12 diciembre, 2006

Mi querida Valentine

A Faye la conocí hace dos veranos por internet, no recuerdo bien dónde, pero apostaría algún dedo (el meñique, o el anular; de los menos conocidos) a que fue en el chat de Yahoo. Podría haber sido una más de entre tantas, que conoces sabiendo que durarán media hora (a lo sumo), pero no lo fue. Demasiado guapa, demasiado simpática, demasiado bien bailaora y demasiado interesante como para no tenerle respeto. Tener respeto a una chica que conoces por internet era por aquel entonces (ahora mismo, no sé si seguirá siendo, seguramente sí; lo he dejado a pesar de sufrir recaídas) un día festivo dentro del año de mi vida. Me cautivó primero con su mirada y su risa, y después con su descaro y sus poses seductoras, ¿o fue al revés? Madrileña, con mucho mundo a sus espaldas y mucha noche por delante, tuvimos una semana en la que me quedaba colgado hasta las tantas, haciendo malabarismos con los demás planes, para poder hablar con ella. Hablaba de todo, hacía bromas, tenía unos ojos maravillosos, era misteriosa, tenía una escalera en la habitación, me hacía reír, y yo intentaba corresponderle, con más o menos suerte. No sé bien que vio en mí, si es que vio algo, pero llegamos a tener un ligero escarceo (producto de la nocturnidad) y algunos planes en común para ir a verla. Y yo me los creí.

¿Qué pasó? Pasé yo. Pasó mi falta de constancia, mi olvido voluntario. Pasó mi miedo. Pasó una chica de la "vida real", que al final aplica el de "... que ciento volando" más de lo que creemos. Pasó mi incoherencia. Pasó la incapacidad de mi mente de concebir una relación de amistad con una chica (en este caso, casi se podría llamar honestidad, difícil no intentar ser más que amigos con Faye). Pasó el tiempo. Pasó mucho tiempo, más de dos años, y le escribí un email de despedida sin acuse de recibo ni esperanza de respuesta. Pasará que ya no le importe, o no me recuerde: y realmente, tiene toda la razón del mundo. Mil perdones tardíos, Faye.

11 diciembre, 2006

Apatía. Pérdidas. Caos.

Intento evitarlo, pero a veces, sobre todo de noche, cuando no encuentro nada mejor que hacer y no consigo engañar a mi cuerpo para que piense que está cansado y se tiene que poner a dormir inmediatamente, hago balance de mi vida recorriendo mentalmente lo que he hecho durante los últimos días, meses, años. Me desespero. Mi vida da asco, es una existencia de mierda. No soy capaz de hacer nada, soy un experto en perder el tiempo. No he hecho absolutamente nada en todo el puente, tan sólo caminar un poco más hacia el "punto de no retorno". ¿Cuánto queda para llegar al límite? Dios, qué ganas tengo de marcharme a otra vida, mudarme de cuerpo y de persona. ¿Dónde venderán otras vidas? En ebay tiene que haber algo, me vale de segunda mano, no dudaría por unas cuantas manchas o algunos rasguños. Busco, pero lo más parecido que encuentro es una tarjeta de identificación judía del 1939. No es muy caro, creo que no es lo que busco. Me vuelvo a desesperar. Tampoco hay nada en amazon. Tengo que hacer algo, no puedo seguir pensando en el día patético, uno más, que me espera mañana. Por lo menos hará frío, y lloverá, y pronto será de noche. Ven, noche, ven, y que los sueños vengan contigo.

07 diciembre, 2006

Esquimales con azúcar

Viendo la televisión, un anuncio de una bebida alcohólica hizo sonar alguna que otra alarma en mi cabeza: "Come all without, come all within ...".

- "Coño,"- me dije a mí mismo - "esto me suena".



Me suena, claro que me suena, pero no con esa voz melosa y esas flautitas y ese inglés del palo y ese ritmillo y esa falta de espíritu original. "You'll not see nothing like the mighty Quinn" ... ¡sí, sí lo es, es la historia de mi amigo Quinn, el esquimal, tristemente contada! Las dos próximas navidades (por lo menos) el Codorníu queda excluído de mi dieta en respuesta a semejante afrenta dylaniana. Nena Daconte, también tiene usted parte de culpa, hay versiones que no se deben hacer, como hay platos a los que no se les puede echar azúcar. Ya me han amargado la noche.

30 noviembre, 2006

De un sábado

Sábado por la noche. Cena con tintes algo grises (seguramente debidos a mis expectativas, que siendo honesto estaban algo hinchadas) con antiguos compañeros, los únicos que todavía no hemos perdido por el camino. Tras dos copas tranquilas, llega el momento de la tercera en un garito para mí desconocido; no me fijé en el nombre.

- ¿Qué va a ser? - me dice el camarero mientras me ofrece su oreja con una inclinación de cuello.
- Un Jack Daniels con limón, por favor - contesta un servidor, tentado por ese sabor a madera, aunque sea artificial y atenuado por el cítrico.
- Lo siento, no tenemos Jack Daniels ... pero tenemos bourbon.
- No pasa nada, entonces que sea un Four Roses, también me vale - en este momento me acuerdo de uno de los pocos camaradas que he tenido y que me recomendó dicha bebida.
- Mmmm ... mejor te pongo esta, que es muy buena, ¿te vale?



Contemplo la botella de arriba a abajo. No la había visto en la vida, y en ese momento me recuerda sospechosamente a la del señor Jack. Sorprendido por el nombre, Dollar Fever, que me hace soñar con fortunas y aventura, y lo inesperado de la ocasión, sólo acierto a responder:

- Sí, sí, no pasa nada.

Menos mal que la había pedido con limón.

27 noviembre, 2006

Raspas

Hoy, mientras buscaba un sitio para aparcar, me he quedado atónito cuando me ha llovido del cielo, como si fuera un pasaje de la biblia algo distorsionado por una mente perversa, una raspa de pescado. Sí, así, sin más. Los restos de lo que creo hubo sido una pescadilla bajaron alegres del cielo para posarse en mi parabrisas. Alguien decidió que la ventana era una alternativa válida y preferible al cubo de la basura, delegando la tarea de bajar la basura en manos de la gravedad; o quizás una discusión de pareja se volvió demasiado acalorada, en cuyo caso siempre son preferibles raspas de pescado a ciertas piezas de la cubertería. Puede que la pobre raspa pensara que la ventana es un buen lugar para escapar, y ahí no puedo más que darle la razón, pero dudo mucho que por sí misma se lanzara a la aventura. En fin, que no si nos queda espacio para ser seres humanos, entre lo lobos, lo perros, lo ratas, y lo cerdos que somos.

Pasur

La tarde con Sofía ha pasado amistosa, rápida, tranquila, quizás atenuada. Llegué con diez minutos de retraso, porque le había dicho que yo llevaría las cartas, que las tenía en casa; evidentemente, sólo fue un acto de "caballerosidad" mal entendida: tuve que ir a un 24 horas a comprar dos juegos de cartas (baraja francesa y española), y dedicarme a desempaquetarlas, barajar las españolas para que no fuera tan descarado el tema, morder un poco el cartón para que pareciera gastado por el uso y esconder tickets, bolsas, plásticos, con el fin de no dar la impresión equivocada. Después fuimos a una cafetería, y curiosamente en la mesa dónde se fraguaron las primeras batallas de mi última relación estable (de eso me dí cuenta más tarde), pasamos la tarde entre escobas, pasur y póker. Fue un rato agradable, como siempre con altibajos, y algún que otro silencio incómodo. Entre conversación y conversación, naipe y naipe, aproveché para fijarme en los lindos rasgos de Sofía, en sus pestañas que no por demasiado cargadas empañaban esos ojos tan oscuros. Fue como contemplar un cuadro, pero sin querer ser autor, o como escuchar una canción bien hecha pero sin intención de cantarla. Es un estado curioso, sinceramente cuento las chicas que he considerado amigas sin intenciones secundarias (ni pasados comunes turbios, ni sueños en desventaja, ni motivos ocultos) con los dedos de una mano, y con los que me sobran aún podría tocar el piano. Sofía, gracias por una linda tarde.

26 noviembre, 2006

Encuentro con Sofía

Dentro de unas horas tengo un encuentro con Sofía, con el inocuo plan de jugar a las cartas. Es la tercera vez que quedamos: la primera de compromiso y no salió del todo bien, creo que debido a mi incapacidad de pensar en temas de conversación interesantes y mi dificultad para establecer complicidades en un espacio corto de tiempo; la segunda, sorprendente, en el que fuimos al Face Café, en el que nunca he estado en la vida y que parecía un local privado: pequeño, con cuatro mesas escasas, y una especie de reservado con una cortinilla que hacía sospechar que las paredes podrían confesar lúgubres noches. Tras un comienzo titubeante, el ambiente inicialmente "desconcertante" del local dio paso a una sensación más acogedora, y creo que se podría decir que hasta conectamos en alguna ocasión, sacando alguna sonrisa espero que sincera. El detalle curioso de la noche lo puso una ronda de chupitos de tequila "cortesía de la casa", que encontré especialmente fuerte. Veamos lo que ocurre hoy.

He puesto "encuentro" en vez de "cita", porque en realidad de eso se trata. Para qué os voy a engañar, no es que la expresión "out of my league" se pueda aplicar sin matices en este caso, pero por algún motivo no tengo pretensiones más allá de amenizarnos mutuamente un poco y por lo que he visto ella también lo ha entendido así. Sinceramente no la conozco demasiado, pero me ha parecido buena chica, y realmente me gustaría conocerla y poder tomar un café de vez en cuando con ella, estar tranquilos, hablar un poco, en un arrebato de confianza invitarla a cenar, nada serio, nada grave. Quizás en el fondo verlo así es para no sufrir ese pánico que ocurre en las citas, aunque para ser sincero, hace siglos que no tengo una "cita", que no comienzo una relación con alguien a la manera tradicional, que no siento el cosquilleo de conocer a alguien, intentar gustarle, cuidar los detalles y todos esos riesgos. Pero bueno, mejor no me meto a analizar todas esas cosas, porque se acerca la hora ... y aún tengo que decidir qué ponerme.

16 noviembre, 2006

Mumbling frente al océano

Aquí poco nos queda ya
si es que antes
nos ató algo, alguien;
ahora las noches y
leves efluvios,
y las camareras,
y las soledades,
y las flores secas
que la última vez no nacieron.
Algunos fantasmas, pero cada vez
menos.
Eso nos queda.

10 noviembre, 2006

El piano ha estado bebiendo

En estas pre-noches, tan largas y tan cortas, tan llenas de tiempo y tan escasas de minutos, a veces dejo que me asalten algunos pensamientos (no demasiados, no se vayan a acostumbrar). Tengo dificultades para recordar cuando fue el último día en el que no probé ni una gota de alcohol, en una u otra forma. Veamos: los fines de semana, como son fin de semana, motivo de celebración per se, no falta el vino a la cena o alguna copa nocturna, lúgubre y misteriosa, de viernes o sábado (ahora que estoy empezando a recuperar ciertas costumbres pero con otra perspectiva). Los días de semana, estas dos últimas semanas me he dedicado al culín de whisky rebajado, más como una forma de animar estas horas tan tontas que otra cosa. Unos días en lugar de eso vacié un poco de grappa en el café, y así fue pasando el tiempo. En total, creo que hace tres semanas que no paso un día sin tomar nada de alcohol. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es que no me preocupa ni lo más mínimo. Supongo que al final se reduce a una cuestión de perspectiva.

09 noviembre, 2006

Los sueños que no llamamos

Hoy ha sido un día bastante productivo, considerando la media de la semana anterior (lo cual creo que no es demasiado). Me ha costado levantarme, como me viene sucediendo últimamente, en parte por lo que me cuesta ponerme a dormir por las noches. Mi reloj biológico creo que está algo tocado, y tendré que dedicarle un día a recuperar las horas perdidas: vasito de leche, película tranquila y en cama a las diez, es el objetivo a cumplir. Pero hoy tenía una razón para no levantarme al sonar el despertador: he tenido un sueño realmente entrañable.

He soñado con Gilberta, a la que hace años que no veo, y muchos más que no trato en absoluto. La última vez que la vi fue una tarde de verano, jugando cariñosamente con lo que según entendí era su novio de ya varios años en la playa. Parecía feliz. No sé que hace ni dónde está, pero me alegró pensar que todo le iba bien. Creo que es de las pocas personas a las que respeto y tengo cariño de verdad, ese cariño puro que resiste al paso de los años como último reducto de la infancia, sin mezclarse con otros sentimientos o pasiones más carnales (no por ello menos fuertes o puras, pero ya faltas de inocencia). Gilberta fue la chica que me enseñó a besar, la que me hizo ver lo que son los celos y por la que un verano comencé a perder a Maggie (bueno, quizás nunca la hemos tenido, ¡qué carajo!). Sonrío al pensar lo niños que éramos. Por algún motivo, me acuerdo de unas navidades y de una farola, de una discoteca para críos y de Blue Rives, de un tatuaje a navaja y de aquella mirada, de los cigarrillos y las victorias de los bancos. Me viene a la cabeza la cara de mi madre, roja de ira cuando, totalmente inocentes, estabamos hablando de "empezar a salir" un poco alejados del resto ... y por cierto, no le expliqué que no estábamos haciendo nada que no debiéramos, que no pasaba nada. No quiero pensar en los años que hace de aquello ...

En el sueño, parecía como si el tiempo no hubiera pasado para ciertas cosas. El cariño y la pureza de los "años blancos" estaban ahí, se podían palpar. Sus ojos seguían siendo los mismos, con esa mirada que a pesar de sus empeños dejaba escapar un tono muy dulce. Le acariciaba el pelo y sentí lo mismo que había sentido en aquel viaje al sur, esa especie de adoración o de pasmo al realizar por primera vez un gesto tan sencillo pero a la vez tan tierno y lleno de significado. Si he de ser sincero, el argumento del sueño a estas horas ya no lo recuerdo, sólo recuerdo a Gilberta y toda esa decoración de otro tiempo que ahora la historia se ha tragado. Quizás hoy tenga suerte y me vuelva a pasar.

15 octubre, 2006

La soledad se mide en abrazos

Ahora recuerdo el motivo
de la orden directa que arriba
al buzón como único ser vivo
dejó, hace mil garabatos.

Como niño aquel tras tu pista
pinté de tristez el abismo
al pensar en ti y en mi herida,
la soledad se mide en abrazos.

Gente

Gente que ha colaborado en los trabajos de la Granja:

Ágatha
Fátima
Faye
Gilberta
Maggie (faltaría más)
Sofía
Tita