09 noviembre, 2006

Los sueños que no llamamos

Hoy ha sido un día bastante productivo, considerando la media de la semana anterior (lo cual creo que no es demasiado). Me ha costado levantarme, como me viene sucediendo últimamente, en parte por lo que me cuesta ponerme a dormir por las noches. Mi reloj biológico creo que está algo tocado, y tendré que dedicarle un día a recuperar las horas perdidas: vasito de leche, película tranquila y en cama a las diez, es el objetivo a cumplir. Pero hoy tenía una razón para no levantarme al sonar el despertador: he tenido un sueño realmente entrañable.

He soñado con Gilberta, a la que hace años que no veo, y muchos más que no trato en absoluto. La última vez que la vi fue una tarde de verano, jugando cariñosamente con lo que según entendí era su novio de ya varios años en la playa. Parecía feliz. No sé que hace ni dónde está, pero me alegró pensar que todo le iba bien. Creo que es de las pocas personas a las que respeto y tengo cariño de verdad, ese cariño puro que resiste al paso de los años como último reducto de la infancia, sin mezclarse con otros sentimientos o pasiones más carnales (no por ello menos fuertes o puras, pero ya faltas de inocencia). Gilberta fue la chica que me enseñó a besar, la que me hizo ver lo que son los celos y por la que un verano comencé a perder a Maggie (bueno, quizás nunca la hemos tenido, ¡qué carajo!). Sonrío al pensar lo niños que éramos. Por algún motivo, me acuerdo de unas navidades y de una farola, de una discoteca para críos y de Blue Rives, de un tatuaje a navaja y de aquella mirada, de los cigarrillos y las victorias de los bancos. Me viene a la cabeza la cara de mi madre, roja de ira cuando, totalmente inocentes, estabamos hablando de "empezar a salir" un poco alejados del resto ... y por cierto, no le expliqué que no estábamos haciendo nada que no debiéramos, que no pasaba nada. No quiero pensar en los años que hace de aquello ...

En el sueño, parecía como si el tiempo no hubiera pasado para ciertas cosas. El cariño y la pureza de los "años blancos" estaban ahí, se podían palpar. Sus ojos seguían siendo los mismos, con esa mirada que a pesar de sus empeños dejaba escapar un tono muy dulce. Le acariciaba el pelo y sentí lo mismo que había sentido en aquel viaje al sur, esa especie de adoración o de pasmo al realizar por primera vez un gesto tan sencillo pero a la vez tan tierno y lleno de significado. Si he de ser sincero, el argumento del sueño a estas horas ya no lo recuerdo, sólo recuerdo a Gilberta y toda esa decoración de otro tiempo que ahora la historia se ha tragado. Quizás hoy tenga suerte y me vuelva a pasar.

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