27 noviembre, 2006

Pasur

La tarde con Sofía ha pasado amistosa, rápida, tranquila, quizás atenuada. Llegué con diez minutos de retraso, porque le había dicho que yo llevaría las cartas, que las tenía en casa; evidentemente, sólo fue un acto de "caballerosidad" mal entendida: tuve que ir a un 24 horas a comprar dos juegos de cartas (baraja francesa y española), y dedicarme a desempaquetarlas, barajar las españolas para que no fuera tan descarado el tema, morder un poco el cartón para que pareciera gastado por el uso y esconder tickets, bolsas, plásticos, con el fin de no dar la impresión equivocada. Después fuimos a una cafetería, y curiosamente en la mesa dónde se fraguaron las primeras batallas de mi última relación estable (de eso me dí cuenta más tarde), pasamos la tarde entre escobas, pasur y póker. Fue un rato agradable, como siempre con altibajos, y algún que otro silencio incómodo. Entre conversación y conversación, naipe y naipe, aproveché para fijarme en los lindos rasgos de Sofía, en sus pestañas que no por demasiado cargadas empañaban esos ojos tan oscuros. Fue como contemplar un cuadro, pero sin querer ser autor, o como escuchar una canción bien hecha pero sin intención de cantarla. Es un estado curioso, sinceramente cuento las chicas que he considerado amigas sin intenciones secundarias (ni pasados comunes turbios, ni sueños en desventaja, ni motivos ocultos) con los dedos de una mano, y con los que me sobran aún podría tocar el piano. Sofía, gracias por una linda tarde.

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