12 diciembre, 2006

Mi querida Valentine

A Faye la conocí hace dos veranos por internet, no recuerdo bien dónde, pero apostaría algún dedo (el meñique, o el anular; de los menos conocidos) a que fue en el chat de Yahoo. Podría haber sido una más de entre tantas, que conoces sabiendo que durarán media hora (a lo sumo), pero no lo fue. Demasiado guapa, demasiado simpática, demasiado bien bailaora y demasiado interesante como para no tenerle respeto. Tener respeto a una chica que conoces por internet era por aquel entonces (ahora mismo, no sé si seguirá siendo, seguramente sí; lo he dejado a pesar de sufrir recaídas) un día festivo dentro del año de mi vida. Me cautivó primero con su mirada y su risa, y después con su descaro y sus poses seductoras, ¿o fue al revés? Madrileña, con mucho mundo a sus espaldas y mucha noche por delante, tuvimos una semana en la que me quedaba colgado hasta las tantas, haciendo malabarismos con los demás planes, para poder hablar con ella. Hablaba de todo, hacía bromas, tenía unos ojos maravillosos, era misteriosa, tenía una escalera en la habitación, me hacía reír, y yo intentaba corresponderle, con más o menos suerte. No sé bien que vio en mí, si es que vio algo, pero llegamos a tener un ligero escarceo (producto de la nocturnidad) y algunos planes en común para ir a verla. Y yo me los creí.

¿Qué pasó? Pasé yo. Pasó mi falta de constancia, mi olvido voluntario. Pasó mi miedo. Pasó una chica de la "vida real", que al final aplica el de "... que ciento volando" más de lo que creemos. Pasó mi incoherencia. Pasó la incapacidad de mi mente de concebir una relación de amistad con una chica (en este caso, casi se podría llamar honestidad, difícil no intentar ser más que amigos con Faye). Pasó el tiempo. Pasó mucho tiempo, más de dos años, y le escribí un email de despedida sin acuse de recibo ni esperanza de respuesta. Pasará que ya no le importe, o no me recuerde: y realmente, tiene toda la razón del mundo. Mil perdones tardíos, Faye.

No hay comentarios: