30 noviembre, 2006

De un sábado

Sábado por la noche. Cena con tintes algo grises (seguramente debidos a mis expectativas, que siendo honesto estaban algo hinchadas) con antiguos compañeros, los únicos que todavía no hemos perdido por el camino. Tras dos copas tranquilas, llega el momento de la tercera en un garito para mí desconocido; no me fijé en el nombre.

- ¿Qué va a ser? - me dice el camarero mientras me ofrece su oreja con una inclinación de cuello.
- Un Jack Daniels con limón, por favor - contesta un servidor, tentado por ese sabor a madera, aunque sea artificial y atenuado por el cítrico.
- Lo siento, no tenemos Jack Daniels ... pero tenemos bourbon.
- No pasa nada, entonces que sea un Four Roses, también me vale - en este momento me acuerdo de uno de los pocos camaradas que he tenido y que me recomendó dicha bebida.
- Mmmm ... mejor te pongo esta, que es muy buena, ¿te vale?



Contemplo la botella de arriba a abajo. No la había visto en la vida, y en ese momento me recuerda sospechosamente a la del señor Jack. Sorprendido por el nombre, Dollar Fever, que me hace soñar con fortunas y aventura, y lo inesperado de la ocasión, sólo acierto a responder:

- Sí, sí, no pasa nada.

Menos mal que la había pedido con limón.

27 noviembre, 2006

Raspas

Hoy, mientras buscaba un sitio para aparcar, me he quedado atónito cuando me ha llovido del cielo, como si fuera un pasaje de la biblia algo distorsionado por una mente perversa, una raspa de pescado. Sí, así, sin más. Los restos de lo que creo hubo sido una pescadilla bajaron alegres del cielo para posarse en mi parabrisas. Alguien decidió que la ventana era una alternativa válida y preferible al cubo de la basura, delegando la tarea de bajar la basura en manos de la gravedad; o quizás una discusión de pareja se volvió demasiado acalorada, en cuyo caso siempre son preferibles raspas de pescado a ciertas piezas de la cubertería. Puede que la pobre raspa pensara que la ventana es un buen lugar para escapar, y ahí no puedo más que darle la razón, pero dudo mucho que por sí misma se lanzara a la aventura. En fin, que no si nos queda espacio para ser seres humanos, entre lo lobos, lo perros, lo ratas, y lo cerdos que somos.

Pasur

La tarde con Sofía ha pasado amistosa, rápida, tranquila, quizás atenuada. Llegué con diez minutos de retraso, porque le había dicho que yo llevaría las cartas, que las tenía en casa; evidentemente, sólo fue un acto de "caballerosidad" mal entendida: tuve que ir a un 24 horas a comprar dos juegos de cartas (baraja francesa y española), y dedicarme a desempaquetarlas, barajar las españolas para que no fuera tan descarado el tema, morder un poco el cartón para que pareciera gastado por el uso y esconder tickets, bolsas, plásticos, con el fin de no dar la impresión equivocada. Después fuimos a una cafetería, y curiosamente en la mesa dónde se fraguaron las primeras batallas de mi última relación estable (de eso me dí cuenta más tarde), pasamos la tarde entre escobas, pasur y póker. Fue un rato agradable, como siempre con altibajos, y algún que otro silencio incómodo. Entre conversación y conversación, naipe y naipe, aproveché para fijarme en los lindos rasgos de Sofía, en sus pestañas que no por demasiado cargadas empañaban esos ojos tan oscuros. Fue como contemplar un cuadro, pero sin querer ser autor, o como escuchar una canción bien hecha pero sin intención de cantarla. Es un estado curioso, sinceramente cuento las chicas que he considerado amigas sin intenciones secundarias (ni pasados comunes turbios, ni sueños en desventaja, ni motivos ocultos) con los dedos de una mano, y con los que me sobran aún podría tocar el piano. Sofía, gracias por una linda tarde.

26 noviembre, 2006

Encuentro con Sofía

Dentro de unas horas tengo un encuentro con Sofía, con el inocuo plan de jugar a las cartas. Es la tercera vez que quedamos: la primera de compromiso y no salió del todo bien, creo que debido a mi incapacidad de pensar en temas de conversación interesantes y mi dificultad para establecer complicidades en un espacio corto de tiempo; la segunda, sorprendente, en el que fuimos al Face Café, en el que nunca he estado en la vida y que parecía un local privado: pequeño, con cuatro mesas escasas, y una especie de reservado con una cortinilla que hacía sospechar que las paredes podrían confesar lúgubres noches. Tras un comienzo titubeante, el ambiente inicialmente "desconcertante" del local dio paso a una sensación más acogedora, y creo que se podría decir que hasta conectamos en alguna ocasión, sacando alguna sonrisa espero que sincera. El detalle curioso de la noche lo puso una ronda de chupitos de tequila "cortesía de la casa", que encontré especialmente fuerte. Veamos lo que ocurre hoy.

He puesto "encuentro" en vez de "cita", porque en realidad de eso se trata. Para qué os voy a engañar, no es que la expresión "out of my league" se pueda aplicar sin matices en este caso, pero por algún motivo no tengo pretensiones más allá de amenizarnos mutuamente un poco y por lo que he visto ella también lo ha entendido así. Sinceramente no la conozco demasiado, pero me ha parecido buena chica, y realmente me gustaría conocerla y poder tomar un café de vez en cuando con ella, estar tranquilos, hablar un poco, en un arrebato de confianza invitarla a cenar, nada serio, nada grave. Quizás en el fondo verlo así es para no sufrir ese pánico que ocurre en las citas, aunque para ser sincero, hace siglos que no tengo una "cita", que no comienzo una relación con alguien a la manera tradicional, que no siento el cosquilleo de conocer a alguien, intentar gustarle, cuidar los detalles y todos esos riesgos. Pero bueno, mejor no me meto a analizar todas esas cosas, porque se acerca la hora ... y aún tengo que decidir qué ponerme.

16 noviembre, 2006

Mumbling frente al océano

Aquí poco nos queda ya
si es que antes
nos ató algo, alguien;
ahora las noches y
leves efluvios,
y las camareras,
y las soledades,
y las flores secas
que la última vez no nacieron.
Algunos fantasmas, pero cada vez
menos.
Eso nos queda.

10 noviembre, 2006

El piano ha estado bebiendo

En estas pre-noches, tan largas y tan cortas, tan llenas de tiempo y tan escasas de minutos, a veces dejo que me asalten algunos pensamientos (no demasiados, no se vayan a acostumbrar). Tengo dificultades para recordar cuando fue el último día en el que no probé ni una gota de alcohol, en una u otra forma. Veamos: los fines de semana, como son fin de semana, motivo de celebración per se, no falta el vino a la cena o alguna copa nocturna, lúgubre y misteriosa, de viernes o sábado (ahora que estoy empezando a recuperar ciertas costumbres pero con otra perspectiva). Los días de semana, estas dos últimas semanas me he dedicado al culín de whisky rebajado, más como una forma de animar estas horas tan tontas que otra cosa. Unos días en lugar de eso vacié un poco de grappa en el café, y así fue pasando el tiempo. En total, creo que hace tres semanas que no paso un día sin tomar nada de alcohol. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es que no me preocupa ni lo más mínimo. Supongo que al final se reduce a una cuestión de perspectiva.

09 noviembre, 2006

Los sueños que no llamamos

Hoy ha sido un día bastante productivo, considerando la media de la semana anterior (lo cual creo que no es demasiado). Me ha costado levantarme, como me viene sucediendo últimamente, en parte por lo que me cuesta ponerme a dormir por las noches. Mi reloj biológico creo que está algo tocado, y tendré que dedicarle un día a recuperar las horas perdidas: vasito de leche, película tranquila y en cama a las diez, es el objetivo a cumplir. Pero hoy tenía una razón para no levantarme al sonar el despertador: he tenido un sueño realmente entrañable.

He soñado con Gilberta, a la que hace años que no veo, y muchos más que no trato en absoluto. La última vez que la vi fue una tarde de verano, jugando cariñosamente con lo que según entendí era su novio de ya varios años en la playa. Parecía feliz. No sé que hace ni dónde está, pero me alegró pensar que todo le iba bien. Creo que es de las pocas personas a las que respeto y tengo cariño de verdad, ese cariño puro que resiste al paso de los años como último reducto de la infancia, sin mezclarse con otros sentimientos o pasiones más carnales (no por ello menos fuertes o puras, pero ya faltas de inocencia). Gilberta fue la chica que me enseñó a besar, la que me hizo ver lo que son los celos y por la que un verano comencé a perder a Maggie (bueno, quizás nunca la hemos tenido, ¡qué carajo!). Sonrío al pensar lo niños que éramos. Por algún motivo, me acuerdo de unas navidades y de una farola, de una discoteca para críos y de Blue Rives, de un tatuaje a navaja y de aquella mirada, de los cigarrillos y las victorias de los bancos. Me viene a la cabeza la cara de mi madre, roja de ira cuando, totalmente inocentes, estabamos hablando de "empezar a salir" un poco alejados del resto ... y por cierto, no le expliqué que no estábamos haciendo nada que no debiéramos, que no pasaba nada. No quiero pensar en los años que hace de aquello ...

En el sueño, parecía como si el tiempo no hubiera pasado para ciertas cosas. El cariño y la pureza de los "años blancos" estaban ahí, se podían palpar. Sus ojos seguían siendo los mismos, con esa mirada que a pesar de sus empeños dejaba escapar un tono muy dulce. Le acariciaba el pelo y sentí lo mismo que había sentido en aquel viaje al sur, esa especie de adoración o de pasmo al realizar por primera vez un gesto tan sencillo pero a la vez tan tierno y lleno de significado. Si he de ser sincero, el argumento del sueño a estas horas ya no lo recuerdo, sólo recuerdo a Gilberta y toda esa decoración de otro tiempo que ahora la historia se ha tragado. Quizás hoy tenga suerte y me vuelva a pasar.